Un par de días antes de que sea 10 de mayo, y en un territorio francamente hostil, debo admitir que desde que dejé de ser niña para convertirme en adolescente, los juegos de princesa se convirtieron en insultos hacia mi persona, y los días de dulces y juegos, se transformaron en majaderías y agresiones. Como niña, nunca supe qué fue lo que cambió, y ahora como ser humano menos, y mi actitud cambió, desde luego, nadie puede recibir agresiones y permanecer impávido y conforme con eso.
Dejé de ser la niña de mamá, para convertirme en la adolecente inconforme con ese maltrato y con esa falta de caridad, quizá más de comprensión, que en ese momento necesitaba. Un día dejé de ser niña, para ser rival. En qué, francamente lo ignoro, pues tan diferentes son mis gustos a los de mi madre, como el agua y el aceite.
Si bien uno de adolescente tiene el mundo patas para arriba, las hormonas a tope, crisis existencial por cada uno de los poros y el drama sentimental a flor de piel; lo que menos requiere un chaval es, una guerra por territorios en su propia casa y contra su propia persona, suficiente guerra es, verte en el espejo y encontrar un barro nuevo o ver que tu cuerpo de transforma cada día más.
Así las cosas, en mi vida tuve agresiones a diestra y siniestra, un paquete extra que cargar junto con las hormonas; un abuso sexual inconfesable, el cual a los 8 años supe, por un libro que me dio a leer mi padre, en dónde descubrí que no estaba bien, que no era la sobrina favorita y que eso, no lo hacía todo el mundo.
Desde entonces no he llevado nada bien con mi mamá la relación madre-hija, siempre han sido descalificaciones, desacreditaciones, maltrato verbal y físico, hasta acoso; una vez, con uno de los amigos que tenía después de que se divorció de mi papá, se atrevió a insinuar que él estaba muy viejo para mí, y casi me dijo que tenía prohibido pensar en acercarme a él con otras intenciones.
Recuerdo que estaba que me cargaba pifas, y en esos días llegó a mi vida el papá de Gabriel, mi hijo. Le pidió a su amigo "Coquis" que me escribiera poemas, que me mandara mensajes, y yo, de bruta, pensando que él era el indicado... desde luego pasa que me voy a vivir con él, y me embarace de volada -mal cálculo, destino, fallo, etc.- a mi vida llegó mi pequeño, y con él, el fin de las mentiras de su padre.
A los dos meses y días de nacido mi hijo, descubría a su papá en mi cama con otra mujer, no había sido la primera vez, pero tenía tanto terror a regresar con mi madre a su casa, que pasé la primera vez; hasta que no pude más. Aquello fue lo más bajo que pude padecer y no lo iba a aguantar siempre, y de ahí, comenzó mi carrera hacia el infierno que vivo ahora.
Yo sacaba a mi hijo en el canguro, en la carriola, lo llevé a la playa de bebé, y al regresar con mi madre, fue encierro, no lo saques, no le hagas, no esto, no lo otro y estaba tan mal, que lo permití, no reaccioné. Debí largarme, huir de ella como del mismísimo demonio. Hoy veo mi error y me duele, y siento que no puedo salir, es un muy infeliz círculo vicioso.
Ayer, se repitió la escena, golpes, insultos, gritos y mi hijo en primera fila. No lo puedo permitir más, no debe de seguir así. Lo peor es que no sé por dónde, no le veo la salida. Y voy a misa, oro, le entrego a Dios todo lo que no puedo resolver, y sé que saldré adelante, pero no es un año, dos, son ya veintitantos años de agresión constante, persistente, permanente contra mí.
Mi reto es de verdad, trabajar muchísimo para no ser como ella, y ser tolerante con mi hijo que es quien menos culpa tiene. Yo fui madre porque así lo quise, lo decidí. Pude abortar, pero yo sí deseaba a mi hijo con todo mi amor. Era feliz, lo esperaba con mucho amor. Y cuando lo veo tan chico, tan inocente, con esos ojos hermosos y grandotes, se que algo bueno hice en este mundo y que Dios me bendijo siendo madre.
Yo jamás podría maltratar a mi hijo, de la manera que mi madre me maltrata a mí.
Dejé de ser la niña de mamá, para convertirme en la adolecente inconforme con ese maltrato y con esa falta de caridad, quizá más de comprensión, que en ese momento necesitaba. Un día dejé de ser niña, para ser rival. En qué, francamente lo ignoro, pues tan diferentes son mis gustos a los de mi madre, como el agua y el aceite.
Si bien uno de adolescente tiene el mundo patas para arriba, las hormonas a tope, crisis existencial por cada uno de los poros y el drama sentimental a flor de piel; lo que menos requiere un chaval es, una guerra por territorios en su propia casa y contra su propia persona, suficiente guerra es, verte en el espejo y encontrar un barro nuevo o ver que tu cuerpo de transforma cada día más.
Así las cosas, en mi vida tuve agresiones a diestra y siniestra, un paquete extra que cargar junto con las hormonas; un abuso sexual inconfesable, el cual a los 8 años supe, por un libro que me dio a leer mi padre, en dónde descubrí que no estaba bien, que no era la sobrina favorita y que eso, no lo hacía todo el mundo.
Desde entonces no he llevado nada bien con mi mamá la relación madre-hija, siempre han sido descalificaciones, desacreditaciones, maltrato verbal y físico, hasta acoso; una vez, con uno de los amigos que tenía después de que se divorció de mi papá, se atrevió a insinuar que él estaba muy viejo para mí, y casi me dijo que tenía prohibido pensar en acercarme a él con otras intenciones.
Recuerdo que estaba que me cargaba pifas, y en esos días llegó a mi vida el papá de Gabriel, mi hijo. Le pidió a su amigo "Coquis" que me escribiera poemas, que me mandara mensajes, y yo, de bruta, pensando que él era el indicado... desde luego pasa que me voy a vivir con él, y me embarace de volada -mal cálculo, destino, fallo, etc.- a mi vida llegó mi pequeño, y con él, el fin de las mentiras de su padre.
A los dos meses y días de nacido mi hijo, descubría a su papá en mi cama con otra mujer, no había sido la primera vez, pero tenía tanto terror a regresar con mi madre a su casa, que pasé la primera vez; hasta que no pude más. Aquello fue lo más bajo que pude padecer y no lo iba a aguantar siempre, y de ahí, comenzó mi carrera hacia el infierno que vivo ahora.
Yo sacaba a mi hijo en el canguro, en la carriola, lo llevé a la playa de bebé, y al regresar con mi madre, fue encierro, no lo saques, no le hagas, no esto, no lo otro y estaba tan mal, que lo permití, no reaccioné. Debí largarme, huir de ella como del mismísimo demonio. Hoy veo mi error y me duele, y siento que no puedo salir, es un muy infeliz círculo vicioso.
Ayer, se repitió la escena, golpes, insultos, gritos y mi hijo en primera fila. No lo puedo permitir más, no debe de seguir así. Lo peor es que no sé por dónde, no le veo la salida. Y voy a misa, oro, le entrego a Dios todo lo que no puedo resolver, y sé que saldré adelante, pero no es un año, dos, son ya veintitantos años de agresión constante, persistente, permanente contra mí.
Mi reto es de verdad, trabajar muchísimo para no ser como ella, y ser tolerante con mi hijo que es quien menos culpa tiene. Yo fui madre porque así lo quise, lo decidí. Pude abortar, pero yo sí deseaba a mi hijo con todo mi amor. Era feliz, lo esperaba con mucho amor. Y cuando lo veo tan chico, tan inocente, con esos ojos hermosos y grandotes, se que algo bueno hice en este mundo y que Dios me bendijo siendo madre.
Yo jamás podría maltratar a mi hijo, de la manera que mi madre me maltrata a mí.
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