Desde que tengo memoria, siempre había visto las peregrinaciones a la basílica de la Virgen de Guadalupe. Me asombraba la devoción, la cantidad de personas que van y también en algunas personas el esfuerzo físico que hacían para cumplir una manda, agradecer o prometerle algo a la Virgen Morena.
Muchas personas no comprenden la fe de las personas, otros se quejan de que no hay que imponer las creencias propias a otros, impedir la libertad de tránsito por la libertad de expresión, la basura, los cuetes, el ruido, 364 días de manifestaciones y uno de peregrinación a la basílica ... el tema no tiene fin y ustedes y yo podríamos ponernos a discutir por horas sobre: "mejor trabajen", "acepten sus responsabilidades y dejen a Dios y a los demás en paz", "hazte cargo de las consecuencias", "Dios no te va a hacer las cosas"... ¿ven como es un sin fin de argumentos los que hay sobre la mesa?.
Sin embargo, qué sucede cuando lo ves desde el punto de vista del peregrino. ¿Qué te mueve? ¿Por qué lo haces? ¿Cómo lo haces? Ok, aquí va mi historia.
Ayer yo me convertí en Guadalupana.
La semana anterior mi amiga Norma, me había contado que ellos se iban caminando a la Basílica, que era una experiencia increíble y ahí quedó la cosa. El martes de esta semana, me avisó que la reunión era a las 5:30 y que caminaríamos casi 6 horas hasta llegar a la basílica y si yo quería, me invitaba.
Pensé: este año la salud de mi papá estuvo muy mal, dediqué mis oraciones, pedí oraciones para que sanara pronto y quedara bien. Y de ser uno de los pacientes más graves, el de mayor edad y con muchas cosas en contra, hoy mi papá está bien. Mi hijo está sano, yo he tenido un año muy ecléctico, quizá surrealista, aprendí muchas cosas, encontré mi poder interno, me siento inspirada. El dinero está escaso, mi juicio laboral sigue en proceso desde hace más de 5 años, ... bueno, tengo mucho que agradecer, pues vámonos a visitar a la Virgen Morena.
Así, ayer a las 5:30 de la tarde llegué al lugar de partida. A las 6 de la tarde comenzamos con la aventura desde "Pueblo quieto" -AKA- Texcoco, ¿O es al revés? Ja! En fin, salimos con rumbo a la basílica de Guadalupe, con mucho agradecimiento y con un propósito. Llegar para agradecer, y desde luego, vivir una experiencia que cambia mucho la manera de ver este día.
En el camino me asombró encontrar personas ofreciendo agua, naranjas, té, café, agua de sabores, tamales, atole, tortas, caña, dulces, pollo asado, tacos y mucho más. A ellos los mueve ayudar al peregrino, y el peregrino les agradece y bendice por ese alimento, que tanto ayuda a seguir el camino. Y uno de mis pensamientos más profundos fue: sin conocerme, me ayudan, vaya que estaba muy equivocada sobre uno de los conceptos con los que he definido a mi pueblo, al pueblo mexicano. Personas que hacen un ahorro para dar apoyo a quien no conocen y que sólo lleva su fe a cuestas. Me movió.
En el camino te acompañan muchos pensamientos, positivos, negativos, reflexionas, ves a las personas que te acompañan en el camino y se te van ocurriendo cosas, yo, que no llevaba peticiones sólo agradecimientos, al principio iba orando y en el camino fueron llegando las peticiones. Recordé las cosas que he pedido desde hace tanto tiempo, las que he fallado, en las que no hice nada y una luz iluminó mi pensamiento, convenciéndome, hoy es real, hoy descubres algo valioso.
Y cuando llegas a la mitad de la autopista Peñón-Texcoco y empiezas a sentir dolorcito en los pies, los pensamientos negativos te atacan; pero recuerdas que al salir dijiste: madre mía, esta va por todo lo que quiero agradecerte, volteas y ves muy lejos el punto de partida, y regresas la vista al camino y ves el punto al que requieres llegar. Te olvidas del dolor y sólo escuchas una voz interna que dice: Tú puedes.
Una peregrinación se parece mucho a la vida. Las cosas extras que vas cargando, te pesan como nunca pudiste pensar que una naranja pesara, un tamal se vuelve una pelota de plomo, un agua que te vas tomando la quieres dejar, te ofrecen aquí, allá y ya no aceptas nada con tal de no cargar.
Y es inevitable en ese punto, en el que estás a la mitad del camino, pensar en todo lo que cargas a cuestas en la vida, cuando agarras las naranjas agrias de los demás, o la naranja dulce que te dan más adelante; y la bolsita de la torta que te comiste con la basura que no quieres tirar para no ensuciar el camino, te pesa como 3 kilos de papa cruda. Y en el camino, ¡No hay botes de basura!. Cuántas veces en la vida no encuentras ni un bote de basura y sigues cargando eso, o simplemente lo sueltas y ahí se queda, ensuciando todo el panorama. Para ser peregrino de la vida se requiere libertad y no llevar nada de más.
Poco a poco, dejas de platicar, te enfocas en el camino y tratas de olvidar el dolor, el cansancio. No quieres ver el reloj, no quieres pensar en nada, sólo sabes que debes continuar. Y te das cuenta que al final y entre todos, sólo vas tú con tu pensamiento. De ti depende derrotarte y parar, o continuar y terminar. Pensé terminar mi meta, sí, la misma cantidad de veces que pensé en parar y regresarme, o tomar un camión. ¿Qué me movió? ¡Cómo tomé esa decisión de seguir? La fe.
Y no es algo que yo pueda explicar y decir la fórmula, cada persona tiene un modo diferente de encontrarla, de saborearla, de rescatarla, de encontrarla, de tenerla. Es una alianza entre Dios y yo, un pacto de amor, de confianza, de voluntad, de valentía, de esperanza, de bondad... un vínculo que me hizo lograr algo que, hace unos meses yo misma hubiera dicho: ¡es imposible!.
Un lienzo con la imagen de la Virgen de Guadalupe, la voz del vendedor, llévela de a veinte pesos, traía justos veinte pesos, estiré mi mano, se los dí y a cambio recibí mi lienzo. Una sonrisa curiosa se esbozaba en mi rostro.
Y en eso, la basílica estaba ahí. Enorme, iluminada, y eran 15 minutos para las doce. Me emocioné. Y caminé y caminé. Nunca había estado en la basílica de Guadalupe y a las 12 de la noche, me pareció hermosa. Muy hermosa. Multitud de personas, unos cobijados y durmiendo, otros tapados y viéndonos a los demás peregrinos. El ambiente era algo que nunca había sentido, el olor de la noche era de milagros. Y en el entretanto escuchábamos la misa.
Caminábamos, nos deteníamos... a menos de 15 metros de entrar a la basílica, me sentí mal, alcancé a decirle a mis amigos: "me siento mal", recargué mi cabeza en el hombro de Rubén y cuando abrí los ojos, estaba en el suelo, sin comprender mucho. Una señora me dijo —Abre la boca. Acto seguido me puso un inhalador en la boca, me pidió que respirara por la boca, y yo no lograba saber a ciencia cierta lo que pasó, para mi fue cerrar los ojos y soñarme con mi familia poniendo las esferas de casitas en el árbol de navidad, las cuales compré hacía una semana en el bazar de las tradiciones.
En eso llegaron paramédicos de la Cruz Roja, me levantaron, me iban haciendo preguntas que contestaba lentamente y uno de ellos me dijo que me había desmayado, yo me seguía sintiendo mal, aturdida, hasta que llegué a la carpa de la Brigada Rotaria, donde me preguntaron muchas cosas, mi historial médico, y me dijeron que me había deshidratado, que tenía la presión muy baja y que hasta que me sintiera bien, me dejaban ir. Así que, me quedé ahí casi una hora, bien atendida, y cuando me sentí mejor, seguí mi camino hasta ingresar al atrio.
Un par de oraciones y las peticiones que en el camino llegaron, las entregué, agradecí y prometí regresar, en mejor condición, a ver a la Virgen Morena. Y entre todas las cosas que ocurrieron, jamás solté mi lienzo así como jamás soltaré mi devoción. Ahora descubría y creaba un nuevo pacto de fe, de amor y de vida y de regreso a casa, mi mente sólo pensaba en lo hermosa que es la basílica, la imagen de mi morenita hermosa y una vocecita decía "bien hecho, lo lograste".
Mi agradecimiento total a todas las personas que en el camino me dieron alimentos, agua y dulces; a la Brigada Rotaria de Seguridad y Rescate del DF, mi agradecimiento de corazón por sus cuidados y a todos los peregrinos que compartieron camino conmigo gracias por coincidir.
(Foto: Mariela Luna Chávez)
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