La lluvia me recuerda tanto a ti, me envuelve en ese sentimiento, a veces tan sensual, a veces tan especial; la luz, el olor, el ambiente que me transporta, que me provoca.
Ver llover y recordar el día que un árbol cobijó tantos besos y caricias; parecía que el árbol era tu cómplice y se amoldaba a mí para ti; ni la llovizna que envolvía al árbol te detuvo y yo tampoco te pedí que lo hicieras.
Cada caricia hacía que el cielo vibrara y se iluminara; cada gota, cada segundo, la pasión crecía. De pronto toda caricia, todo momento, se detuvo, te vi a los ojos, tomaste mi mano y caminamos.
Ese look tan despeinado, mi cabello empapado, tu mirada en mí, mi deseo en ti; y la lluvia mojaba nuestros cuerpos, intentando enfriar el momento previo. Urgente era dejar el bosque y entrar a la cabaña.
Entramos al refugio, prendiste la chimenea, intenté cambiar mi ropa, me detuviste con más besos. Un paso, un beso, una ropa en el suelo; un beso, un paso y el calor de la chimenea; una alfombra, tu piel y el calor del fuego.
Tus besos, tus manos en mí, mis manos en ti. La lluvia quería callarnos, los truenos deseaban distraernos, pero tu cuerpo bailaba con mi cuerpo, era una melodía, quizá era una guerra.
Y la lluvia seguía con su discurso, mientras yo memorizaba tu cuerpo. Que rico olía la noche, la chimenea y nuestros cuerpos.
Que delicioso era aprender las reacciones de tu cuerpo, que exquisito era sentir las reacciones de mi ser completo, extasiado de ti.
Terminó la lluvia, siguieron los besos, un tinto acompañó la charla previa al sueño; y al sueño lo acompañó el calor de tu cuerpo.
Y ese día vistiendo al amor de mi deseo, se quedó una mezcla con olor a fuego, besos, lluvia, truenos y pasión.
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