Nuestra historia comenzó
cuando el invierno terminaba;
y tu mirada atravesó,
la primavera de mi vida
que justo reiniciaba.
Parece que fue ayer,
cuando por primera vez te vi;
parece que fue ayer,
cuando te fuiste;
y es el hoy el que
para mí no es nada.
Muchas cosas entre los dos hicimos,
cuando los dos por vivir reímos;
tantas cosas los dos vivimos,
que hoy al recordar morimos.
Por un tiempo creaste confusión
en mi alma, en mis pensamientos;
y no sabía si te tenía o
si cada día te perdía más.
Que te amaba, lo sabías;
y si no decía nada,
era porque en silencio, sola,
por ti lloraba.
Adivinar tu pensamiento, nunca pude;
y tú en mis ojos, quizá,
pudiste ver una lágrima
que gritaba tu nombre,
que, tal vez, sólo decía
“te quiero”.
Te marchaste;
pero disculpa, olvidaste
tu recuerdo en mi corazón;
pero perdona,
te llevaste mi alma.
Disculpa, así no podrás dejarme.
Ese día, en la lucha que entabló
mi ideología y tu religión,
tu pensamiento y mi corazón,
el golpe que marcó mi destino
fue tu adiós sin explicación.
Ahora intento no rendirme,
pero deseo tenerte cerca de mí,
deseo desearte tanto;
para que regreses y para siempre
te quedes aquí.
Tu recuerdo sigue siendo
como afilada navaja,
que atraviesa mi alma ausente,
que atraviesa mi corazón sin fe.
Al nacer, mi destino era morir,
pero no sabía si podría elegir.
El día que pasó al mañana,
soy sincera y te lo digo,
jamás pensé que por amarte
tendría que morir.
Ayer… elegí.
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