sábado, 31 de diciembre de 2011

Cerrando el círculo llamado 2011


Fin de año… ya tengo las cartas a mis ángeles, ya tengo la veladora, ya limpié mi recámara, estoy guardando todo lo que saqué y tengo que empacar, ya puse el agua en el vaso que voy a aventar por la puerta, los papeles que voy a quemar en la hoguera personal del 31 ya están en la cubeta, las uvas en las copas con mis 12 deseos-metas ya pensados y meditados.

Y en esas reflexiones, de pronto pienso en que es un año más que se va, me empieza a estresar el hecho de que mientras más años almacenas en el expediente personal, más rápido pasa el tiempo, los ciclos se repiten cada vez más rápido y entonces te preguntas ¿Qué queda, qué hay además de la rutina, de lo cotidiano, de vivir con prisa, de resolver problemas, de tantas cosas que ocupan nuestra mente y tiempo? ¿Qué hay atrás del error, de la equivocación, de fallar en un proyecto, en un trabajo, en lo que sea que no nos deja dormir? ¡La culpa, la equivocación, la burla de los demás nos da la más cordial bienvenida a la pesadilla de terminar el año repasando nuestros errores, no para corregir, sino para recriminar!

Sí, ya se, nos sentimos mal por equivocarnos, y no nos damos cuenta que estamos haciendo algo; pesa sobre nosotros como la muerte misma, una equivocación, el hacer algo mal, como si nacieras con todas las habilidades del mundo, o como si fuésemos perfectos, y lo preferible fuera no hacer nada para no equivocarte, para no padecer a los demás. Y lo peor, lo grave, es que nadie te ha dicho que tienes el derecho sagrado a equivocarte, y de asumir las consecuencias, aceptarlo, y finalmente moverte a lo que sigue.

Sin embargo en esos momentos de calma, que se encuentran fácilmente en el caos, cuando callas todos los ruidos molestos, ves las nubes, el sol, la mariposa que pasa frente a ti, y caes en cuenta que, hay algo más grande que tu, más grande que tu pequeño mundo.

Es impresionante cómo se nos olvida vivir, en lo que resolvemos nuestros problemas, y nos perdemos tratando de encontrar respuestas donde no las hay, nos olvidamos de sonreír por estar sobreviviendo, nos olvidamos de agradecer lo que tenemos por estarnos defendiendo, pedimos mucho y damos lo mínimo, exigimos lo máximo y agradecemos tan poco.

¿Cuándo ofrecemos algo, gustosos de saber que tendremos una bendición extra en nuestro camino? ¿Cuándo es ese momento para ser justo con los que nos rodean sin cuestionarlo todo? ¿Cuándo dejaremos de culpar a Dios por todas nuestras decisiones y mejor aprendemos la lección?

Tantas cosas que, en este tipo de días en los que se cierran círculos, puedo pensar con un poco más de tranquilidad y concluir que, agradezco lo bueno, lo malo, lo que tuve, lo que no logré porque todo ello, en su conjunto y mirando hacia atrás, ha logrado moldearme en el ser humano que soy hoy. No soy perfecta, pero soy.

Este 31 de diciembre, en el que un año lleno de retos, emociones, tristezas, decepciones, llegadas, partidas y todo lo que en él queda, termina. Y en ese trance de iniciar el año y vivir al máximo todo, sin abreviar lo bueno, lo malo, lo bello, lo desagradable… todo… pido para todos y cada uno de ustedes, que en este año 2012, mientras transitan por la existencia cotidiana, tengan el gran regalo de encontrar la vida en su vida.

martes, 13 de diciembre de 2011

México, el gran país incongruente


México es una nación, como no creo exista otra en el mundo. Somos un mar de incongruencias, contradicciones, justificaciones y no logramos avanzar porque somos más chistosos que trabajadores, más astutos que dedicados, comodinos, convenencieros y más flojos que un oso hibernando.

De aquí desprendo una serie de reflexiones que, a veces, me dan escalofríos.

Y es que, mientras existan ciudadanos que sean "más vivos" que los jefes, empleados saqueen la papelería de la oficina para la escuela de sus hijos; veamos asuntos personales pagados por la empresa, llamadas extensas a nuestro ligue en turno pagadas por todos menos por nosotros, saquemos fotocopias de documentos personales con cargo a nuestra empresa u oficina, en nuestra vida cotidiana seamos miserables pero cuando son viáticos de la empresa, pedimos el platillo más caro; reclamemos corrupción en las instituciones, y si alguien muere por vándalos, pidamos que a la institución encargada de hacer velar la ley, se le juzgue y a quien disparó, cárcel.

En breve, pedimos que se haga justicia en el vecino y no en nosotros. ¿Qué tienen qué criticar a políticos, si ustedes son igual o peor que ellos? Lo que digo reiteradamente: hablan mal de ellos, porque no están en su lugar para hacer lo mismo. Los extremos son muy fáciles de tocar, la media es “el reto”.

Ser justo e imparcial, defender al inocente sobre el perverso, actuar correcta y congruentemente, por lo que leo y veo diario, es tan difícil.

A veces no entiendo hasta dónde somos parte del mismo circo del que nos quejamos... queremos un país justo, pero nos reímos... cuando nos burlamos del SAT y no pagamos impuestos; vemos al viejito al que se le caen unas monedas y en lugar de alcanzarlo y regresarle su dinero, nos lo guardamos y cuidamos de que nadie nos haya visto. Los jóvenes se guardan el cambio de lo que su madre les encargó, y cualquier orden que les den, sacan el chantaje emocional para que no les digan nada; si no obtienen algo, sólo porque lo quieren, no importa si lastiman a alguien, lo obtienen.

Como hijos somos unas pistolas al insultar a nuestros padres, al patear a un viejito, o a un ciego que pide limosna. ¿Qué valores le estamos enseñando a nuestros jóvenes? Intolerancia, egoísmo, obtener a como de lugar lo que quieren, no esforzarse... de verdad que ¿esa será la sociedad del futuro? No, no estoy de acuerdo.

Nos sentimos chingones, cuando le ponemos el cuerno a nuestra esposa; como mujeres nos atascamos la boca, al decirle bruja a la esposa del cuate del que decidimos ser amantes, sabiendo que no somos las únicas, ah ¡pero somos reinas en ese momento de fregonería!

Como sociedad, lavamos la conciencia tan marrana que tenemos, pisando a morir al que se equivoca, juzgando al que hace bien las cosas, culpando a todos, menos a nosotros mismos de nuestras desgracias. ¡El problema no es este hermoso país! Es su gente. Nuestra oportunidad de oro radica en que, siendo el gran problema, somos los únicos que podemos darle solución

¿Nos importa realmente, nos atrevemos a cambiar?

¡Muy buena pregunta!