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sábado, 8 de mayo de 2010

Madre que odia vs. madre por amor.

Un par de días antes de que sea 10 de mayo, y en un territorio francamente hostil, debo admitir que desde que dejé de ser niña para convertirme en adolescente, los juegos de princesa se convirtieron en insultos hacia mi persona, y los días de dulces y juegos, se transformaron en majaderías y agresiones. Como niña, nunca supe qué fue lo que cambió, y ahora como ser humano menos, y mi actitud cambió, desde luego, nadie puede recibir agresiones y permanecer impávido y conforme con eso.

Dejé de ser la niña de mamá, para convertirme en la adolecente inconforme con ese maltrato y con esa falta de caridad, quizá más de comprensión, que en ese momento necesitaba. Un día dejé de ser niña, para ser rival. En qué, francamente lo ignoro, pues tan diferentes son mis gustos a los de mi madre, como el agua y el aceite.

Si bien uno de adolescente tiene el mundo patas para arriba, las hormonas a tope, crisis existencial por cada uno de los poros y el drama sentimental a flor de piel; lo que menos requiere un chaval es, una guerra por territorios en su propia casa y contra su propia persona, suficiente guerra es, verte en el espejo y encontrar un barro nuevo o ver que tu cuerpo de transforma cada día más.

Así las cosas, en mi vida tuve agresiones a diestra y siniestra, un paquete extra que cargar junto con las hormonas; un abuso sexual inconfesable, el cual a los 8 años supe, por un libro que me dio a leer mi padre, en dónde descubrí que no estaba bien, que no era la sobrina favorita y que eso, no lo hacía todo el mundo.

Desde entonces no he llevado nada bien con mi mamá la relación madre-hija, siempre han sido descalificaciones, desacreditaciones, maltrato verbal y físico, hasta acoso; una vez, con uno de los amigos que tenía después de que se divorció de mi papá, se atrevió a insinuar que él estaba muy viejo para mí, y casi me dijo que tenía prohibido pensar en acercarme a él con otras intenciones.

Recuerdo que estaba que me cargaba pifas, y en esos días llegó a mi vida el papá de Gabriel, mi hijo. Le pidió a su amigo "Coquis" que me escribiera poemas, que me mandara mensajes, y yo, de bruta, pensando que él era el indicado... desde luego pasa que me voy a vivir con él, y me embarace de volada -mal cálculo, destino, fallo, etc.- a mi vida llegó mi pequeño, y con él, el fin de las mentiras de su padre.

A los dos meses y días de nacido mi hijo, descubría a su papá en mi cama con otra mujer, no había sido la primera vez, pero tenía tanto terror a regresar con mi madre a su casa, que pasé la primera vez; hasta que no pude más. Aquello fue lo más bajo que pude padecer y no lo iba a aguantar siempre, y de ahí, comenzó mi carrera hacia el infierno que vivo ahora.

Yo sacaba a mi hijo en el canguro, en la carriola, lo llevé a la playa de bebé, y al regresar con mi madre, fue encierro, no lo saques, no le hagas, no esto, no lo otro y estaba tan mal, que lo permití, no reaccioné. Debí largarme, huir de ella como del mismísimo demonio. Hoy veo mi error y me duele, y siento que no puedo salir, es un muy infeliz círculo vicioso.

Ayer, se repitió la escena, golpes, insultos, gritos y mi hijo en primera fila. No lo puedo permitir más, no debe de seguir así. Lo peor es que no sé por dónde, no le veo la salida. Y voy a misa, oro, le entrego a Dios todo lo que no puedo resolver, y sé que saldré adelante, pero no es un año, dos, son ya veintitantos años de agresión constante, persistente, permanente contra mí.

Mi reto es de verdad, trabajar muchísimo para no ser como ella, y ser tolerante con mi hijo que es quien menos culpa tiene. Yo fui madre porque así lo quise, lo decidí. Pude abortar, pero yo sí deseaba a mi hijo con todo mi amor. Era feliz, lo esperaba con mucho amor. Y cuando lo veo tan chico, tan inocente, con esos ojos hermosos y grandotes, se que algo bueno hice en este mundo y que Dios me bendijo siendo madre.

Yo jamás podría maltratar a mi hijo, de la manera que mi madre me maltrata a mí.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Soy mujer y…

Todos los seres humanos que en este momento estamos vivos lo estamos gracias a una mujer. Y esa mujer no es diferente a mí, ni lo es a una esposa, una hija, una amiga, o cualquier mujer que vemos en la calle, en el metro, en el microbús. Hay diversos formatos: altas, chiquitas, rubias, pelirrojas, de cabello corto o cabello largo, blancas, morenas, flacas, no tan flacas, de ojos verdes, azules, avellana y negros. Pero pareciera que en estos días es muy necesario explicar por qué somos tan diferentes entre unas y otras, y por qué somos tan diferentes hombres y mujeres.

Siempre he creído que nada se tiene que explicar cuando, en la vida y en nuestra esencia, nuestro corazón es igual. Y como eso, en el ámbito profesional, familiar y social, nuestras ambiciones no son diferentes y la necesidad de amor, de reconocimiento y de identificación, pues son iguales a las de cualquier ser humano.

A hombres y a mujeres nos duele un engaño, nos molesta que no se reconozca nuestra labor profesional, que se burlen de nuestros sentimientos en el círculo familiar, que no nos escuchen, que nos traicionen. Si fuéramos diferentes, todo esto no nos afectaría de igual forma, con la misma intensidad. El respeto, la felicidad, el amor correspondido y pleno es nuestro ideal. Quizá las formas o los detalles no son los mismos, pero las metas son idénticas. Si nos cerramos el camino mutuamente, lo cerramos a nuestros padres, hijos, hermanos, sobrinos, pareja, amigos.

En ocasiones sueño con vernos en un espejo y que veamos que la fuerza de los hombres en armonía con la delicadeza de la mujer, es una amalgama invencible. El reto... es la mitad del camino, los extremos nunca han sido buenos.

Tal vez soy mujer y soy más sensible, sí, y una caricia me anima, y un golpe me mata. Un beso me alimenta, una mala palabra me desalienta. Tanto de una persona extraña como de mi familia. Y porque soy mujer, reconozco lo que hacen otras mujeres en mi vida y en otras mujeres.

Y sí, soy mujer, y como mujer también reclamo que, pareciera mentira, pero en esa carrera a la dignificación de la mujer, las mismas mujeres han perdido el horizonte y son ellas, incluso las mismas madres, amigas y hermanas, quienes se han convertido en el enemigo a vencer.

Como hija, deposité una esperanza de ayuda en el refugio de mi madre y ella, la única mujer que podía ayudarme, darme consejos, sacarme del fango, cuando mi vida se convirtió en una pesadilla, en una brújula sin sentido; ella ha sido quien ha hecho mi vida un infierno. Llenando mi vida y la de mi hijo con violencia física, verbal y emocional.

Me pongo en los zapatos de mi mamá, y ciertamente no debe ser lindo ver que tu sangre fracasó en un proyecto, y ver que con ella, su nieto está en el columpio de la vida; pero no hay razón válida para decirme prostituta, calificarme de inútil, maldita y haragana, por ser madre sola.

Pero mi madre le permite a sus hijos hombres, abusos en mi contra, como exigirme que atendiera a mis hermanos, limpiar la casa, lavar la ropa, limpiar los baños, en breve, ser la chacha de la casa, después de llegar de un trabajo agotador. Pero me se sentía menos que un pedacito de estiércol con ojos por haberme equivocado; recuerdo un día, cuando vinieron mis amigas a visitarme, mi mamá hizo comentarios sobajándome al límite; otro día pasó su dedo en la puerta de entrada a la casa, y me dijo a grito pelado “eres una huevona, esta casa nunca está limpia por tu culpa”.

También en el trabajo he tenido mi parte, cuando perdí mi trabajo, nadie puede imaginar mi frustración, primero porque soy mujer, tengo 35 años y soy madre sola. No sólo fue perder mi trabajo, ya no pude irme a vivir sola con mi hijo, se truncaron muchos proyectos que tenía, entre ellos alejarme de tanta agresividad. Poco tiempo después, descubrí que laboralmente estoy “fuera de liga”; incluso después de la entrevista de trabajo más horrenda que tuve en mi vida, donde me dijeron que no podían darme trabajo por ser mayor de 30 años, pero la empresa que pedía diseñador gráfico con experiencia, no necesitaba tanta experiencia. Y al parecer yo tenía sólo demasiados años, y en ese momento, con tanta frustración acompañó mi voz a mi cerebro con la declaración más peligrosa que he hecho: “hoy más que nunca me siento perdida”.

En otra ocasión, la encargada de una empresa de publicidad me dijo que sí, estaban buscando un director creativo y el límite de edad era 40 años, hombre, y me preguntó si el trabajo era para mí, a lo que respondí que si y me dijo muy feroz que por favor ni mandara mi CV, pues no me iban a llamar. Y pensé, de qué sirvió todo, estudié hasta los 22 años una licenciatura, sacrifiqué muchas cosas, y al principio me ponían peros por ser recién egresada, y ahora con experiencia, estoy vieja. Nunca fui reventada, mi vida siempre fue el estudio y el trabajo, me entretenía con personas sanas y mis diversiones eran sencillas.

Sí, soy mujer pero vivo entre mujeres que me han puesto etiquetas que día a día lucho por quitarme. Y qué hago, qué se puede hacer, ¿Con quién me quejo? ¿A mí y a muchas mujeres, quién nos ayuda? Somos madres solas hoy, si no vimos dónde podíamos fallar, o dónde nos podía fallar nuestra pareja, ese es nuestro error, pero eso no convierte a ninguna mujer en lo peor del mundo, no nos descalifica para la vida, para nuestra profesión y mucho menos para lograr más metas que han existido desde siempre en nuestras vidas. Suficiente condena es dejar a nuestros hijos en guarderías y encargados con alguien más.

Lo peor del asunto es que, somos muchas mujeres a las que les pasa esto con su propia sangre, en el trabajo, en la calle. Sé que hay muchas más mujeres de las que nos podemos imaginar que sufren tanta violencia, tanta agresión. Y sí, somos mujeres. Víctimas de ¿Otras mujeres? Difícil de creer ¿no?

¿Quién me corrió de mi trabajo anterior? Una mujer con poder, pero un poder lleno de vicios, de corrupción, una mujer que se decía defensora de los derechos de las mujeres, feminista a ultranza, pero con un criterio escaso de la justicia, empoderada por un hombre, desconociendo así su propia carrera, su propio servicio por las mujeres. Feminista radical, y sólo pienso que ese tipo de mujeres a la larga, viéndolo y comprobándolo, terminan convirtiéndose en aquello que no les gustaba. Lo que las hizo luchar por las mujeres, es lo que las convierte en entes nada diferentes a los machos rancios.

Mujeres, las más agresivas. En el metro, peseros, combis, autos, pleitos. Las mujeres han creado a los machos. Mujeres son las que dicen que no les importa que sea casado y van a lograr que se divorcie de la bruja. Mujeres entran en la vida de otras mujeres como amigas y terminan amistades por intereses egoístas, perversos, mezquinos.

Sí soy mujer y ¿Qué hago contra la violencia de las mujeres? Quizá sólo puedo dedicarme a educar a mi hijo, darle otras oportunidades y opciones en el entretanto, esquivar golpes, ocultarlos y enterrar en mi memoria la violencia verbal de mi madre. Quizá mi intento hoy en este espacio es decir “ya es suficiente, ya basta”.

Como mujeres, no tenemos que soportar nada, no debemos de soportar hombres ni mujeres, ambos incongruentes y violentos. Nunca tenemos que cortar nuestra rama del árbol de la vida y permitir que cualquiera tome lo más sagrado de nuestra vida. No importa que te hayas equivocado, nada que te haga sentir mal, llorar y ponga en tu piel moretones, nada de ello es bueno. Las cadenas de violencia y abuso se paran cuando decidimos cortarlas.

Cuesta mucho y se necesita un buen herrero para romper esas cadenas, y el herrero debe poseer amor, tolerancia y respeto.

Sí, soy mujer… y quiero saber qué existe en el alma y en el corazón de otra mujer, saber que nos mueve el mismo deseo de amor y de paz.